Para Juan Cruz, el viaje es
“un estado de la mente”, una disposición a imaginar y a adentrarse en otros
territorios de la mano de la curiosidad y del deseo de alcanzar más allá de lo
que se conoce. “Nunca concebí el viaje, en mi vida, con la visión cuadrada o
redonda de las máquinas fotográficas; el viaje era una experiencia en sí misma,
un estado de la mente, el cumplimiento de un deseo”, asegura.
El escritor y periodista Juan
Cruz, gran conocedor de Puerto de la
Cruz y de su lugar en la literatura de viajes, por ser,
además, originario de la ciudad, es el autor que mantendrá con el periodista
Eduardo García Rojas una entrevista pública en la sección Conversaciones en La
Ranilla de Periplo, el Festival Internacional de
Literatura de Viajes y Aventuras de la ciudad turística del norte de Tenerife.
El público podrá encontrarse con Juan Cruz en la carpa del Museo Arqueológico,
a las 20.30 horas.
Los primeros viajes de su
infancia, recuerda el escritor, discurrieron en paralelo entre la realidad de
los traslados a la capital de la
Isla para visitar al médico y la imaginación del cobrador de
guaguas que todos los días iba al Teide y hechizaba a los oyentes con sus
cuentos. Desde aquellos primeros años en
que el escolar Juan Cruz hizo del trayecto de la casa al colegio el motivo de
su primer relato, el futuro escritor lo tuvo claro: “viajar era imaginar el
viaje, o contarlo”. Más tarde, de adolescente, experimentó que “el mejor viaje
de todos era el que no se podía contar, el que se hacía venciendo todas las
prohibiciones”.
Precisamente, la obra más
reciente de Cruz es el Viaje a las Islas
Canarias, un título al estilo de “los viajeros que vinieron aquí en los
distintos siglos, desde Humboldt al padre de Oscar Wilde”. El nombre de esta
última obra del escritor coincide con el que también usó para su “recuento
prodigioso” el viajero alemán, al que Cruz menciona para recordar el destino de
nuestro paisaje: “por cierto -recuerda- Humboldt no lloró ante el Valle, ahora
sí lloraría”, dice.
El libro surgió de un encargo:
“un editor neoyorquino, Peter Mayer, me pidió hace unos años que escribiera un
libro a partir de las cosas que yo mismo le había ido contando de lo que viví
en las ocho o nueve islas que componen este Archipiélago”. Juan Cruz decidió
afrontar el reto viajando de nuevo a cada una de las islas y apoyándose en el Cuaderno de godo de Ignacio Aldecoa, “para
darle orden a mi propio recorrido por cada una de las islas, incluyendo Lobos o
La Graciosa ,
donde precisamente él tuvo su centro de operaciones narrativas mientras vivió
entre nosotros”, explica el escritor.
Esa extraña condición de
“viajero en mi propia tierra” ha permitido a Juan Cruz, en sus propias
palabras, saborear en los altos de Garajonay, en La Gomera , “la carne con papas
como la hacía mi madre”; redescubrir sonidos, como el de las cabras en
Betancuria y en El Hierro o el del silbido del viento del norte en Buenavista
del Norte; “disfrutar de la lentitud de la vida” en el Tamaduste; reencontrarse
en Tejeda advertí con el aire que había descubierto en Tafira en su primer
viaje a Gran Canaria; entender “la fascinación del árbol como naturaleza
sentimental de las islas frondosas” en La Palma y ver en Lanzarote “la mano de César
Manrique completando lo que la naturaleza dejó a medio hacer”.
La ruta concluyó en el Teide.
No podía ser de otra manera. Como muchos, Juan Cruz es de los que revisita el
volcán tinerfeño cuando puede: “allí voy cada vez que el tiempo me lo pide”.
Asociada al Teide, en la vida de Juan Cruz hay un pensamiento del escritor irlandés
Samuel Beckett que Cruz conoció junto al volcán y que es “la esencia de mi
viaje”: “uno cree haberse ido de la isla, pobre de mi, la isla siempre va
conmigo”, dijo Beckett, y así repite Cruz: “la isla siempre va conmigo”.