“La India de los hippies no me hace ninguna falta”, dice
la viajera y escritora Ana M. Briongos cuando reflexiona sobre el momento de su
llegada al país asiático. Es curioso que Briongos no recuerde exactamente el
año en que realizó finalmente su deseo de viajar a este país, porque el viaje para ella fue importante, tanto que de
él salió su libro ¡Esto es Calcuta! , el que presenta dentro de la sección Tan lejos, tan cerca, de Periplo, el Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de
la Cruz , en el
patio del Museo Arqueológico de la ciudad, este miércoles 25 de septiembre, a
las 19.00 horas.
Ana M. Briongos comenzó su
primer viaje a la India
en el mítico 1968. No llegó entonces. “He llegado a la India en mi edad adulta”,
dice, con la experiencia que dan 34 años de camino, tras haberse lanzado a un
viaje que la llevó primero a conocer varios países islámicos. Todo fue más o
menos casual: “cogí un barco que me llevaba al este en lugar del oeste; no
tenía ni idea de lo que iba a encontrar y me encontré con un país llamado
Afganistán, que es extraordinario”.
India siempre ha sido un imán
para los viajeros amantes de experiencias intensas, de esas profundas y transformadoras
que hacen que el viaje merezca la pena.
Sin embargo, en 1968, Briongos se bajó del barco en el que inició su singladura
en una ciudad que le cambió el rumbo: Beirut. Desde la capital de Líbano siguió
una ruta en guagua que la llevaría a recorrer Líbano, Siria, Jordania, Irán,
Irak y Afganistán.
A Calcuta llegaría más tarde,
en 2002, regresó en 2003 y 2004, y se encontró con una ciudad que rompe todos
los estereotipos de la pobreza y de la mala imagen que se ha generado en torno
a su nombre. “Si uno se instala y empieza a conocer lo que fue esta ciudad a lo
largo de los años, encuentra otra cosa”. Y la ciudad fue un lugar fundamental
antes de la llegada de los ingleses, hasta convertirse en la segunda ciudad del
Imperio británico después de Londres.
La escritora usa el verbo
“instalar” cuando se refiere a sus viajes, porque así es como viaja: “me gusta
instalarme y me gusta regresar siempre que puedo, porque una echa raíces, hace
amigos, tiene vecinos, eso ahora no hay quién lo pare”. Así hizo también con
Irán, país al regresó cuando se dio cuenta de que no podía asumir el destino
estático que le había dado su profesión como profesora de Física. Entonces,
dejó el trabajo y se fue a Teherán con una beca para estudiar lengua y cultura
persa.
El estado de viajera es
permanente en Ana M. Briongos, y su profesión, su vida, incluso las gentes de
su vida, se han ido adaptando a esta condición. Así, llegó un momento, después
de las primeras experiencias de la juventud, en la que la escritora decidió crear
una familia. Fue entonces cuando se puso a trabajar en una organización
internacional de intercambio de estudiantes. Después, los estudios en Irán le
abrieron la oportunidad para trabajar como intérprete.
Por eso, apunta, el viaje
obliga a cada uno a “organizarse como pueda”, pero ofrece también la ocasión de
reinventarse en el plano incluso profesional. Sin traumas, con comodidad, ha
ido adaptando su agenda viajera al resto de su agenda vital, de forma que pudo
criar a los hijos y, después, lanzarse de nuevo al camino. Pero la familia ha
quedado señalada por su inquietud: “he contagiado a mi familia con mis ansias
viajeras”, dice, y el ejemplo más claro es el del traslado de su madre
octogenaria hasta Calcuta, para pasar una temporada con ella.
Ana M. Briongos primero fue
viajera, no escribía en sus primeros viajes. Y ahora que escribe sobre ellos,
no lo hace al ritmo en que ha ido viviéndolos. Lo de escribir “surgió con el
tiempo, cuando vi que tenía experiencias que podrían ser interesantes”. Sus relatos
son siempre sobre personas con las que ha compartido la vida; especialmente, ha
tenido la oportunidad de conocer el mundo separado de las mujeres en la
sociedad islámica.
“Para mí es muy difícil hablar
de las mujeres, porque las posiciones que se toman desde aquí sin saber nada
tampoco son correctas”. Briongos intenta explicar la complejidad del caso: “es
otra cultura, con familias enormes, con muchos niños y niñas, primos que se
conocen desde siempre; en esas familias, las mujeres están juntas y se organizan
para tener poder dentro del clan”.
Ana M. Briongos no ha vivido
con tensión las diferencias culturales, porque no ha participado en el debate
político o religioso, que es donde esas diferencias se exasperan. “He tenido
vida de andar por casa” y en ese nivel, “los conflictos desaparecen”.