“Los viajes se hacen por
placer, porque es algo agradable para descubrir o conocer, pero hay viajes
forzosos que tienen un componente doloroso y que significan sufrimiento”, con
estas palabras sintetiza el profesor iraquí Waleed Saleh la odisea que lo
obligó a salir de Irak en 1978 por motivos políticos, huyendo del régimen de
Saddam Hussein, y que lo llevó finalmente a Madrid, a donde llegó en 1984,
después de haber pasado casi seis años en Marruecos, de donde también fue
expulsado por la policía política de Hassan II.
La intervención de Waleed
Saleh y del escritor Antonio Lozano en la sección Derribando fronteras. Itinerarios vitales de Periplo clausuró la
primera edición del Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras
de Puerto de la Cruz ,
que comenzó en la semana del 16 al 20 de septiembre con un taller literario en
los colegios de primaria de la ciudad turística del norte de Tenerife y se
desarrolló en las calles del barrio histórico de La Ranilla desde el 23 de
septiembre, con actividades temáticas en torno a la literatura de viajes y
aventuras expresadas en el código literario o en otros lenguajes artísticos,
como la música, el cine y el teatro.
Un viaje forzoso como el de
Saleh “es como arrancar un árbol de raíz”, en su caso, un árbol genealógico que
quedó desmembrado y disperso. La partida urgente de Saleh lo obligó a
despedirse a los 26 años de edad de una madre enferma y un padre a los que
nunca volvió a ver. La familia, ya solo con los hermanos, volvió a reunirse en
Jordania en 1992, pero sigue separada: dos hermanas viven en Irak –y a una de
ellas, la mayor, enferma– y cuatro varones viven en distintos países europeos;
además de Saleh, que residen en España desde hace 29 años, un hermano vive en
Francia y otros dos en Noruega.
El que ahora es profesor de
Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma
de Madrid salió de su país en 1978 con el fin de salvar su vida. Militante del
Partido Comunista iraquí, había pasado un tiempo largo en prisión y era
detenido e interrogado de nuevo de forma sistemática, con un deterioro cada vez
mayor de su salud y de las condiciones de seguridad mínimas para seguir
viviendo. A pesar de eso, la familia vivió con amargura su despedida, porque
sabían que podía significar un distanciamiento para siempre.
El avión en el que se salvó se
dirigía a Casablanca y en esta ciudad Saleh consiguió un permiso de trabajo y
de residencia y fue contratado por el gobierno marroquí “porque en ese momento,
afortunadamente, el país necesitaba profesores”. Pero cuando se preparaba para
abordar su sexto curso como profesor, Saleh pidió permiso para crear un
instituto privado, en el que además invirtió
todos sus ahorros. No sabe si fue por este motivo, el caso es que un día se
presentó la policía política de Hassan II en su casa para entregarle una orden
de expulsión con un plazo de ocho días para abandonar el país.
Encontrar en España su nuevo
destino hasta cierto punto fue casual: pidió visado a Estados Unidos, Francia y España y la autorización
española fue la que llegó; afortunadamente, España en 1984 practicaba una
política migratoria menos restrictiva que la actual. “España para los árabes es
un país muy atractivo”, asegura, “no solo por los lazos históricos que nos
unen, sino también por el carácter social de la gente”.
Instalarse en España fue
difícil, tanto que pasaron años hasta que Waleed Saleh pudo “recobrar el
sosiego una vez que se resolvieron los problemas administrativos, económicos,
sociales y también emocionales”. Esa recuperación de la tranquilidad, asentarse
de nuevo y sentirse estable seguro y con derecho a la vida y capacidad para
disfrutarla “es resultado, sin duda, de un gran esfuerzo por mi parte”, pero el
profesor siempre menciona en cada una de las situaciones amargas por las que
pasó el apoyo de sus amistades. “La amistad es uno de los grandes valores del
ser humano. En todos los lugares encuentras gente de buen corazón, que ayuda”.
Una de esas amistades, la que
entabló con Antonio Lozano a raíz de su intervención como experto en teatro
árabe en un seminario paralelo al Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres
Continentes de Agüimes, que Lozano creó y dirigió, les permitió encontrarse y
desarrollar el trabajo conjunto que ha llevado a la novela Las cenizas de Bagdad, en la que el escritor canario narra la
odisea de Saleh y que mereció el
principal galardón de las letras canarias, el Premio Benito Pérez Armas, en
2008.
Ver su historia reflejada en
un libro, para Waleed Saleh supone una “sensación agridulce”, porque “provoca
un sufrimiento en los lectores” que a él le disgusta, pero por otro lado, dice,
“ha merecido la pena que la contara Antonio, con una maestría y una
sensibilidad muy grandes”.
El profesor iraquí está
asentado ahora en España, tiene su trabajo, ha creado una familia, pero, sobre
todo, no se propone regresar a Irak “por la absoluta falta de seguridad en el
país”, y también porque “si vuelvo es como si legitimase la situación política
del país. El gobierno actual de Irak es sectario y no es mejor que el de Saddam
Hussein”.