lunes, 30 de septiembre de 2013

Waleed Saleh: “Un viaje forzoso es como arrancar un árbol de raíz”


“Los viajes se hacen por placer, porque es algo agradable para descubrir o conocer, pero hay viajes forzosos que tienen un componente doloroso y que significan sufrimiento”, con estas palabras sintetiza el profesor iraquí Waleed Saleh la odisea que lo obligó a salir de Irak en 1978 por motivos políticos, huyendo del régimen de Saddam Hussein, y que lo llevó finalmente a Madrid, a donde llegó en 1984, después de haber pasado casi seis años en Marruecos, de donde también fue expulsado por la policía política de Hassan II.

La intervención de Waleed Saleh y del escritor Antonio Lozano en la sección Derribando fronteras. Itinerarios vitales de Periplo clausuró la primera edición del Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, que comenzó en la semana del 16 al 20 de septiembre con un taller literario en los colegios de primaria de la ciudad turística del norte de Tenerife y se desarrolló en las calles del barrio histórico de La Ranilla desde el 23 de septiembre, con actividades temáticas en torno a la literatura de viajes y aventuras expresadas en el código literario o en otros lenguajes artísticos, como la música, el cine y el teatro.

Un viaje forzoso como el de Saleh “es como arrancar un árbol de raíz”, en su caso, un árbol genealógico que quedó desmembrado y disperso. La partida urgente de Saleh lo obligó a despedirse a los 26 años de edad de una madre enferma y un padre a los que nunca volvió a ver. La familia, ya solo con los hermanos, volvió a reunirse en Jordania en 1992, pero sigue separada: dos hermanas viven en Irak –y a una de ellas, la mayor, enferma– y cuatro varones viven en distintos países europeos; además de Saleh, que residen en España desde hace 29 años, un hermano vive en Francia y otros dos en Noruega.

El que ahora es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid salió de su país en 1978 con el fin de salvar su vida. Militante del Partido Comunista iraquí, había pasado un tiempo largo en prisión y era detenido e interrogado de nuevo de forma sistemática, con un deterioro cada vez mayor de su salud y de las condiciones de seguridad mínimas para seguir viviendo. A pesar de eso, la familia vivió con amargura su despedida, porque sabían que podía significar un distanciamiento para siempre.

El avión en el que se salvó se dirigía a Casablanca y en esta ciudad Saleh consiguió un permiso de trabajo y de residencia y fue contratado por el gobierno marroquí “porque en ese momento, afortunadamente, el país necesitaba profesores”. Pero cuando se preparaba para abordar su sexto curso como profesor, Saleh pidió permiso para crear un instituto privado, en el que además  invirtió todos sus ahorros. No sabe si fue por este motivo, el caso es que un día se presentó la policía política de Hassan II en su casa para entregarle una orden de expulsión con un plazo de ocho días para abandonar el país.

Encontrar en España su nuevo destino hasta cierto punto fue casual: pidió visado a Estados  Unidos, Francia y España y la autorización española fue la que llegó; afortunadamente, España en 1984 practicaba una política migratoria menos restrictiva que la actual. “España para los árabes es un país muy atractivo”, asegura, “no solo por los lazos históricos que nos unen, sino también por el carácter social de la gente”.

Instalarse en España fue difícil, tanto que pasaron años hasta que Waleed Saleh pudo “recobrar el sosiego una vez que se resolvieron los problemas administrativos, económicos, sociales y también emocionales”. Esa recuperación de la tranquilidad, asentarse de nuevo y sentirse estable seguro y con derecho a la vida y capacidad para disfrutarla “es resultado, sin duda, de un gran esfuerzo por mi parte”, pero el profesor siempre menciona en cada una de las situaciones amargas por las que pasó el apoyo de sus amistades. “La amistad es uno de los grandes valores del ser humano. En todos los lugares encuentras gente de buen corazón, que ayuda”.

Una de esas amistades, la que entabló con Antonio Lozano a raíz de su intervención como experto en teatro árabe en un seminario paralelo al Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes de Agüimes, que Lozano creó y dirigió, les permitió encontrarse y desarrollar el trabajo conjunto que ha llevado a la novela Las cenizas de Bagdad, en la que el escritor canario narra la odisea de Saleh  y que mereció el principal galardón de las letras canarias, el Premio Benito Pérez Armas, en 2008.

Ver su historia reflejada en un libro, para Waleed Saleh supone una “sensación agridulce”, porque “provoca un sufrimiento en los lectores” que a él le disgusta, pero por otro lado, dice, “ha merecido la pena que la contara Antonio, con una maestría y una sensibilidad muy grandes”.


El profesor iraquí está asentado ahora en España, tiene su trabajo, ha creado una familia, pero, sobre todo, no se propone regresar a Irak “por la absoluta falta de seguridad en el país”, y también porque “si vuelvo es como si legitimase la situación política del país. El gobierno actual de Irak es sectario y no es mejor que el de Saddam Hussein”. 

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