Siempre me llamó la atención su entrega. Y su
convicción. Y su honestidad. Las descubrí realmente cuando fui concejala; no
existe un puesto público que mejor permita valorar un recurso social que ser
responsable de su gestión en un ayuntamiento.
Llegaron al Puerto de la Cruz en mayo de
1908, gracias a las gestiones del entonces alcalde Melchor Luz y Lima. Eran
cuatro hermanas de la Congregación de las Hijas de María Madre de la Iglesia,
fundada por la beata Madre Matilde Téllez, aunque en
realidad en el Puerto siempre las hemos conocido como las "Hijas de María
Inmaculada". Dedicaron su vida al cuidado de personas enfermas y
desamparadas en lo conocemos como Hospital de la Inmaculada. Cientos de
personas han sido atendidas con dignidad en los momentos históricos en los que
desde las Administraciones Públicas no se ha podido, o no se ha sabido, prestar
ese servicio.
El grado de identificación de las monjas de
la Inmaculada con el tejido social de Puerto de la Cruz lo resumió
perfectamente la alcaldesa Lola Padrón, cuando en el acto conmemorativo del
centenario, en el 2008, recalcó "el gran cariño que todos los portuenses
sienten por las monjitas Hijas de María Madre de la Iglesia", ante el
asentimiento del Obispo, mientras continuaba afirmando la "gran labor
social y humanitaria durante un siglo que merece todos los reconocimientos y
nuestra eterna gratitud".
Pero si importante ha sido la labor social y
humanitaria en el ámbito sanitario, extraordinariamente complejo es concretar
la inmensa labor desarrollada en el ámbito educativo y de compensación de las
desigualdades en la infancia.
Digo, cada vez que puedo y alguien
me escucha, que no hay labor más hermosa para alguien a quién le guste
gestionar los asuntos públicos que un puesto de responsabilidad en un
ayuntamiento; tampoco nada más duro. La dureza y la hermosura se encuentran en
los rostros de las personas para que las que se toman las decisiones. Es
infinita la amargura escondida tras una situación de pobreza y desigualdad
dibujada en la cara de un niño o una niña; es insoportable el dolor ante una
resolución judicial que obliga a buscar un recurso alternativo a la familia
para un niño o una niña; bordeamos la desesperación por impotencia cuando nos
sentimos con una vida rota entre las manos, cuando tocamos y recibimos la
mirada de una niña a la que se ha privado de sus derechos fundamentales, de un
niño al que se le ha privado de un marco legal de protección; de un niño o una
niña cuyo proyecto de vida y la construcción de su identidad y su afectividad
ha sido brutalmente quebrado.
Pero el Puerto de la Cruz ha contado durante
los últimos 25 años con un recurso social de excepción para atender esa
expresión del fracaso colectivo de cualquier sociedad: las monjas que se fueron
a vivir al antiguo Cuartel de la Guardia Civil. Así fue como empezó uno de los
proyectos educativos y de integración social de la infancia más humano y
equilibrado que conozco. Por el Centro Educativo Madre Matilde Téllez, situado
en la Calle Sor Pura 1, han pasado más de 150 niños y niñas, a quienes se han
protegido sus derechos. Han colaborado con más de 200 familias en riesgo de
exclusión social. En el servicio de guardería externo han acogido alrededor de
850 niños y niñas de todo el Valle de La Orotava, muchos pertenecientes a
familias que rozan el umbral de la pobreza.
Todas las mujeres que he conocido a lo largo
de estos años como trabajadoras militantes y activas en el Centro Madre Matilde
han tenido un comportamiento ejemplar de entrega, solidaridad y compromiso. Es
verdad que no han estado solas; además de la propia institución religiosa, han
tenido el apoyo –siempre y con todas las opciones políticas– del Ayuntamiento
de Puerto de la Cruz, y del Cabildo de Tenerife. Y espero y confío –quiero creer–
que seguirá siendo así; entre otras cosas porque tanto el Hospital de la
Inmaculada como el Centro Madre Matilde cuentan con el respeto y la
colaboración de amplios sectores de la sociedad portuense. Y no portuense.
Una de mis últimas vivencias en ese Centro
fue hace algunos meses cuando celebraban su 25 aniversario. Estaba el Alcalde,
el Obispo, diputadas, concejales, empresarios. Pero los niños y las niñas
buscaban con su mirada y su sonrisa a alguien que estaba detrás, que pretendía
pasar desapercibido. Buscaban a Alejandro Martínez, el entrenador del Canarias;
una de las personas que más felicidad ha llevado al Centro el último año; el
hombre que ha dado ejemplo –una vez más– del valor solidario del deporte. Él y
el Bilbao Basket con cuyas peñas mantienen el contacto solidario.
¡Qué valor social tiene el Centro Madre
Matilde para niños o niñas que se encuentran en situación de desprotección
social! Me gustaría que quienes no lo conocen se acerquen y lo descubran. La
mejor manera de que tenemos de proteger y defender las cosas importantes es
conociéndolas. Y valorándolas. Y este no es un recurso más: es el gran recurso
social de protección de los derechos de la infancia más desfavorecida más
importante, en el Puerto de la Cruz y en el Norte de Tenerife.
Que siga siendo así por otros 100 años o hasta que la demanda no exista.
Milagros Luis Brito