Pregón Fiestas de Julio Puerto de la Cruz, a cargo de Don Carlos Alonso, presidente del Cabildo Insular de Tenerife.
Queridos ciudadanos del Puerto,
Ser pregonero de las fiestas mayores del Puerto de La
Cruz es un gran honor para mí y lo hago hoy, no como Presidente del Cabildo,
sino como ciudadano de la isla, enamorado del Puerto, ahora y en el pasado,
como lo estuve y lo estoy de una de sus hijas. Con la vinculación de los
sentimientos y del querer, que hace que todo sea posible, para el mejor futuro
de una ciudad que disiente todo y es bueno que lo haga, pero a la que hay que mirar de frente para
decirle la verdad, la verdad del cambio para, conservando lo mejor del pasado,
extraer los mejores sentidos y los mejores sentimientos.
Las Fiestas de Julio son sin duda las fiestas de los
sentidos.
La intensidad que se vive esos días es tal, que
cualquiera que se acerque hasta aquí, es incapaz de permanecer ajeno ante este
derroche de sensaciones.
Devoción por el Gran Poder de Dios, pasión por la Virgen del Carmen y cariño sincero por San
Telmo, son los sentimientos que realmente mueven a las miles de personas que
salen a la calle al son que marca un pueblo, orgulloso de mantener intacta una
tradición que recuerda sus orígenes pescadores.
Sin duda, la grandeza de este día viene marcada por la
sencillez de las pequeñas cosas. Pequeños gestos que demuestran la riqueza del
corazón de los portuenses.
Fiesta de los sentidos porque no hace falta más.
Corazón y sentimiento es lo que da vida al Puerto durante
estos días. Lejos de grandes
ceremonias más o menos solemnes, el protagonismo lo
adquiere aquí el pueblo, esencia de una tradición que jamás se puede perder.
Eso es lo que les hace diferentes y únicos. Los rostros de las miles de
personas que ese martes de julio se reúnen para honrar a la Virgen reflejan el
sentir de quien no se acompleja a la hora de lanzar alabanzas y gritos a su
Reina.
Pequeños gestos que los hacen grandes.
Es cierto que la festividad de la virgen del Carmen se
celebra en numerosos municipios de toda España, pero me atrevo a asegurar que
en ninguno con el fervor que se vive en el Puerto de la Cruz.
Cuando ya era muy popular esta fiesta en España, en
los primeros años del siglo XVIII, el almirante mallorquín Antonio Barceló Pont
de la Terra, impulsó su celebración entre la marinería que él dirigía. Fue a
partir de entonces cuando la marina española fue sustituyendo el patrocinio de
San Telmo por el de la Virgen del Carmen. En 1726, durante el pontificado del
Papa Benedicto XIII, se estableció oficialmente el 16 de julio como el día de
su festividad, condicionado en el caso del Puerto de la Cruz por el estado del
mar, entre otros motivos.
Aquí, la celebración de este día se la debemos a Antolín
Fernández, párroco de la querida, la muy querida por mí, Nuestra Señora de la
Peña, quien consideró en 1921 que no era oportuno seguir celebrando esta fiesta
en el municipio de Los Realejos adonde acudían los marineros a cargar la imagen. Fue entonces
cuando decidió sacar en procesión a la Virgen del Carmen (la del Buen Viaje ) y a
San Pedro González
Telmo y embarcarlos para recorrer y bendecir la costa portuense.
Aunque la Virgen del Carmen sea patrona de los marineros
y le pidan ayuda y auxilio, entre los continuos zarandeos que resaltan la bella
imagen del portuense Angel
Acosta Martín, no es menos destacado el fervor hacia San
Telmo. No en vano, la ermita en honor de su patrón, el que hizo a la Virgen
aquellos “zapatitos blancos con la vela de su barco”, fue costeada en 1626 por
los marineros en el Boquete, sobre las peñas de la caleta, una planicie sobre
las cuevas a la altura del mar, donde los monjes dominicos pasaron a decir misa
y administrar los sacramentos. Pedro González , tradicionalmente conocido como San
Telmo, fue consejero del rey Fernando III el Santo y se dedicó en su misión apostólica a ayudar a los
necesitados y especialmente a los marineros.
La ermita fue reconstruida tras el incendio que destruyó
la primitiva capilla en 1778 y ha sufrido los embates del mar bravo del norte, como
recuerda la placa que detalla los sucesos de 1826, algunas de cuyas víctimas también
están enterradas en el subsuelo de esta bonita capilla, abierta hoy igualmente al
culto para la colonia alemana.
Sin duda, uno de los momentos más emotivos del día de la
Embarcación es cuando San Telmo y la Virgen del Carmen se asoman a la Punta del
Viento a saludar a su pequeña ermita,
huella imborrable de la historia de este municipio.
Idéntica devoción es la que rinde el pueblo a su
“viejito”, eterno protector frente a las adversidades. Cuentan que fue un
descuido el que hizo que el destino final
de la imagen del Gran Poder de Dios fuera la iglesia de la Peña y no la Isla de
la Palma como estaba programado en un principio. El mar se enfureció de tal
forma que impidió su devolución en varias ocasiones y gracias a eso ha quedado para siempre en este
municipio como Alcalde Honorario y Perpetuo de la ciudad, recorriendo dos veces
al año las calles acompañado de numerosos fieles que le confían sus más
profundas plegarias.
Toda esta herencia religiosa y cultural ha permanecido
intacta con el paso de los años y con los cambios experimentados en una
sociedad que ha avanzado con los tiempos.
Pero paralelamente, los portuenses han vivido importantes
cambios en su modelo económico en función casi siempre de condicionantes
externos, sabiéndose adaptar y sacar partido a esos nuevos cambios. De un
pueblo de pescadores, pasó a vivir del comercio y de la exportación en función
de una localización estratégica en el norte de Tenerife donde se encontraban
los centros de producción vitivinícola más importantes.
Las parras de viña van desplazando a la caña de azúcar
que queda como cultivo residual y saliendo de este Puerto, los vinos canarios ganan
de una fama importante sobre todo en Inglaterra y las colonias americanas. En
ese ímpetu, se instalan las casas comerciales o agencias que se ocupan de la
importación y de la exportación de mercancías.
La actividad comercial con el norte de Europa y Portugal
convirtió a Puerto de la Cruz en el principal puerto de la Isla, llegando a
concentrar las cuatro quintas partes del comercio exterior de Tenerife. Es el
propio Rey Felipe IV que proclama al Puerto "llave de la isla" como
ha quedado simbolizado para siempre en el escudo del municipio. Pero la caída del comercio del vino como
consecuencia de la reincorporación al mercado de la producción vitivinícola de
la Península, Francia y Portugal, la epidemia de fiebre amarilla, el aluvión de
1826 y el desplazamiento de la actividad comercial y portuaria hacia el muelle
de Santa Cruz, convertida en capital regional, fueron condicionantes para un
nuevo cambio.
Fue entonces cuando los portuenses dirigieron sus miradas
hacia la agricultura, con la incorporación de nuevos cultivos agrícolas de
exportación como la cochinilla y el plátano que vinieron a suplir al viñedo.
Luego vendría el expansionismo colonial y con él, el desarrollo de una
importante actividad turística,
vinculada a las bondades del clima, el paisaje y sobre todo, sus
gentes.
En todo este vaivén comercial y económico del Puerto de
la Cruz, se fue forjando una sociedad abierta a las influencias externas, con
ganas de empaparse de todo ese saber y conocimiento que venía de fuera. No me
cabe la menor duda de que en el Puerto de la Cruz cristaliza la Isla Exterior , idea
que defiendo en la actualidad como ideal de Isla también para el futuro. Una
Isla abierta al mundo capaz de aprovechar su posición estratégica como puente
entre continentes. Y eso ocurrió en el final del s. XVIII en donde la isla y el
Puerto de la Cruz participaron
activamente en la construcción de un nuevo mundo, más exterior, más abierto,
rematado con el liderazgo de nuevas potencias, como Reino Unido y más tarde
EEUU.
En 1776 con la Declaración de Independencia, desde el
punto de vista económico, los Estados Unidos de Norteamérica se liberaron de
las trabas mercantilistas que les imponía la metrópoli cuando eran colonias y
se lanzaron a un proceso de expansión económica y territorial (conquista del
Oeste) que los llevó a convertirse en una gran potencia.
Desde el punto de vista social, la burguesía asumió el
liderazgo de una moderna sociedad de clases mientras otros estados permanecían
anclados todavía en la sociedad estamental.
Desde el punto de vista político-ideológico, se consumó
la primera revolución de carácter liberal que permitió hacer realidad las ideas
más avanzadas de la Ilustración.
Y Toda esta corriente ilustrada llegó “por mar” también
al Puerto de la Cruz, uno de los grandes focos de la ilustración Canaria.
Estados Unidos pasa a ser área hegemónica del comercio
portuense y de allí viene por ejemplo el
portugués Caballero Sarmiento con nuevas ideas, o las nuevas familias
irlandesas en la segunda mitad del siglo XVIII como los Barry o los Cúllen,
autor de obras en Filadelfia sobre el liberalismo radical y la emancipación
americana.
Aquí también nacieron otras figuras destacadas como los
Iriarte, dinastía de intelectuales encabezados por Juan, académico de la
lengua, Tomás, fabulista y autor teatral, Bernardo, político y consejero de
Bonaparte, y Domingo, artífice del tratado de Basilea.
Pero también Agustín y José Bethencourt. El primero,
fundador de la Escuela de Ingeniería española, inventor del telégrafo óptico,
ingeniero en la Rusia de los Zares y considerado el científico español más
importante de los siglos XVIII y XIX, y
el segundo, autor de obras de ideología ilustrada.
Y no podemos olvidar tampoco al médico Juan Antonio
Perdomo Bethencourt, introductor de la inoculación de viruela en Venezuela y
que falleció en el Puerto, desterrado por la inquisición por sus ideas
ilustradas y defensa de la independencia o el pintor Luis de la Cruz y Ríos,
primer pintor canario con una proyección fuera de las islas, reconocido como
miniaturista en la corte de Fernando VII.
Pero sin duda es el historiador José Agustín Alvarez Rixo quien mantiene
las ideas de la ilustración en el siglo XIX.
Todo ese espíritu ilustrado en esta primera Isla Exterior
que fue el Puerto de la Cruz, frente a un conjunto de municipios menos
predispuestos a las nuevas ideas, se plasma también en la creación del Jardín
Botánico, centro de aclimatación de plantas exóticas, remitidas de todas partes
del mundo como puente para su introducción en Europa. El suizo German Wildpret
introdujo más de 7.000 especies de plantas y es referente obligado en la
historia de la jardinería española.
El hecho de que el Puerto de la Cruz haya sido la primera
ciudad de Canarias abierta al mundo, ya
sea por su importancia comercial, como por el desarrollo turístico que la
convirtió en 1888 en la ciudad con el primer overbooking de Canarias, ha
marcado también la forma de ser de sus habitantes. El turista en el Puerto
nunca se ha sentido extraño porque siempre ha convivido con el portuense y
forma ya parte del paisaje urbano, sin distinciones. Aquí nunca se ha creado
una zona turística ajena al municipio como ocurre en otros lugares de las Islas.
El turista se siente como en casa. De hecho no es casual que muchos de esos
visitantes hayan decidido trasladar su residencia y cambiar el clima lluvioso
de Europa por las bondades de los inviernos suaves del Puerto de la Cruz.
Los primeros turistas también contribuyeron a esa isla exterior. Trajeron
nuevas ideas, nuevas costumbres y lo más importante, sentaron las bases de lo
que es hoy la principal fuente de riqueza de toda Canarias.
Desde los comienzos del turismo y ante la falta de
infraestructura turística existente, las gentes del puerto tuvieron que
adaptarse a los nuevos tiempos. Se comenzaron
a abrir las puertas de las residencias hasta convertirlas en los
primeros hoteles como ocurrió con el Marquesa, instalado en una casona del
siglo XVIII, el Hotel Martiánez, propiedad del Marqués de la Candia o el Hotel
Monopol. Se construyeron también edificios de nueva planta, concebidos
específicamente para acoger a los turistas como es el Hotel Taoro, el más
antiguo del Archipiélago y el más importante del siglo XIX. Con sus 193
habitaciones, representaba casi la mitad de las plazas turísticas de la isla. Este fue quizás,
por su situación geográfica y el emplazamiento elegido el hotel que representa
un nuevo tipo de establecimiento con importantes zonas ajardinadas, con 12.000
árboles y paseos, rompiendo con el anterior modelo de hotel vinculado al núcleo
urbano.
Este magnífico edificio es en sí la esencia del origen
turístico de esta ciudad y no me cabe la menor duda de que será el Ave Fénix
del Puerto en no demasiado tiempo (…)
Los primeros extranjeros en llegar fueron los ingleses,
que se convirtieron en los mejores embajadores y animaron a otros tanto
disfrutar de esta tierra tan propicia para la curación de enfermedades
respiratorias. Fueron muchos de esos visitantes, convertidos en residentes, los
que nos aportaron su conocimiento como es el caso de Alfred Diston, que fue
nombrado en 1838 administrador del jardín Botánico y gran artista que dibujó nuestros trajes
típicos de Canarias, evitando así que cayeran en el olvido. El coronel
Wethered, accionista del Gran Hotel Taoro fue otra de las personalidades que se
enamoraron de estas tierras y contribuyeron a esa integración social con la
construcción de la primera iglesia anglicana de España o el cementerio
protestante, la Chercha, derivación de la palabra inglesa Church. Este fue el
primer cementerio protestante que se construyó en Canarias y uno de los
primeros de toda España. Su construcción fue
incluso anterior a la del cementerio municipal de San Carlos.
Esa influencia ha quedado también plasmada en la
arquitectura, con sus opulentas casas, como la de los Blanco, con el torreón
Ventoso, la desaparecida casa Yeoward. También las de los Valois y los Cólogan
que tendrán su casa en lo que es hoy el Hotel Marquesa y que acogió a
visitantes ilustres y célebres científicos como Borda o Alexander Von
Humboldt.
Ese ha sido, es y será el éxito del Puerto. Su capacidad
para acoger al viajero sin perder ni un ápice de su personalidad. Ese
sentimiento “espanglish” que se ve reflejado en calles y lugares emblemáticos como Sitio Litre, que
viene del inglés Little, apellido de la familia que habitó esta residencia y
punto de encuentro de viajeros importantes, la calle Blanco , que
proviene de la familia
White , o Valois que viene del apellido Walsh, familia
asentada en el Puerto de la Orotava desde 1680.
Y este lugar que no por casualidad eligieron los primeros
ingleses ha seguido con el paso de los años atrayendo a turistas.
Entre los años 50 y 80 se vive el auténtico boom
turístico que llega con el aeropuerto de Los Rodeos y su apertura al tráfico de
vuelos nacionales e internacionales, gracias en gran medida, a la figura del
portuense Isidoro Luz Carpenter, nombrado presidente del Cabildo en los albores
de los 60 que logra ampliar la pista de operaciones y una nueva terminal, entre
otros logros para esta zona de la Isla. Tenerife
y el Cabildo en definitiva tienen una deuda pendiente, no sólo a su persona,
sino también a su labor en defensa de los intereses de esta parte de la Isla y
me atrevo a anunciar que Isidoro Luz dará nombre a algún lugar emblemático de
esta ciudad como justo homenaje a su persona.
Si en los primeros años fue el mar el que trajo los
primeros turistas en esta época, el transporte aéreo es el que mueve al turista
hacia este destino.
Es aquí donde quisiera detenerme para hablarles de otro
concepto vinculado a la Isla ultraconectada en la que pongo todo el énfasis con
el fin de conseguir que nuestra posición geográfica, en lugar de ser obstáculo
para nuestro desarrollo, se convierta en oportunidad.
La mejoría de la conectividad aérea en el aeropuerto de
los Rodeos, que ha ampliado su horario para mejorar las conexiones e incrementar
los vuelos, se traducirá en más visitantes para esta parte de la Isla.
Pero de nada sirve traer más turistas si el destino se
queda obsoleto y anclado en la nostalgia de lo que un día fue frente a otros
destinos más modernos y competitivos.
Desde las instituciones y con la implicación decidida del
sector hotelero estamos empeñados en que
esto no ocurra y me atrevo a afirmar con rotundidad que el Puerto de la Cruz
vive en estos momentos una auténtica revolución. Una nueva semilla de ilusión
que está creciendo pero que necesita mucha agua.
De nada sirven todos los esfuerzos si no animamos desde
dentro, si no derribamos los muros que nos impiden ver que este municipio es
capaz de reinventarse para ofrecer experiencias únicas que no se encuentran en ningún
otro lugar. Es el momento de prepararnos para ofrecer la calidad que exige el
turista del siglo XXI.
El empresariado se ha implicado de forma activa en la
renovación del destino, que permitirá actualizar más de 7.000 plazas [el 36 por
ciento de las disponibles en el municipio] y la construcción de dos nuevos
hoteles y una casa rural.
Acciones como la creación de la marca Puerto de la Cruz Experience y
el Club de Producto, del que forman parte y más de un centenar de empresas
(110); el programa de mejora de calidad de los servicios turísticos o la
dinamización de actividades en el espacio público son pasos que demuestran el
revulsivo que vive el Puerto de la Cruz con la participación de todos los
agentes implicados que es lo que realmente es necesario para sacar adelante los
proyectos y hacer que finalmente las cosas sucedan y que ha influido en un
incremento de turistas en el municipio por encima del 7% con respecto al pasado
año.
Pero todo este esfuerzo privado debe ir también acompañado de una importante mejora de los
espacios públicos. Si la construcción del Complejo de Martiánez y Playa Jardín,
fueron revulsivo para la recuperación
del puerto tras la crisis de los años 70, es ahora toda la actuación prevista
en el frente marítimo, con la Playa de Martiánez, el paseo de San Telmo y el
Muelle y Parque Marítimo, la que contribuirá a la dinamización del motor
económico que supone el Puerto de la Cruz para todo el norte de Tenerife. He
dicho en numerosas ocasiones que si el Puerto va bien, todo el norte de
Tenerife irá bien y no soy el único convencido. Somos muchos los que pensamos
lo mismo, como ha quedado demostrado estos días en torno a la actuación
prevista para realizar por fin el muelle y Parque Marítimo, la obra más
demandada que comienza a ver la luz.
El Cabildo, la institución que desde hace casi un año me
honro en presidir, está estrechamente ligada a las propuestas que se han hecho
a lo largo de la
historia. Casi el otro día, en los Acuerdos del Cabildo de
diciembre de 1506, ya se recoge textualmente la conveniencia de “Que se faga un
muelle en el puerto del Araotava”, que viene a confirmar la existencia de una
incipiente actividad portuaria en el Puerto de la Cruz en los primeros años del
siglo XVI.
La ubicación propuesta también ha variado a lo largo de
la historia y durante el siglo XVI, fue la desembocadura del barranco de San
Felipe la que se creyó mejor pero un texto de Viera y Clavijo refleja el motivo
del cambio y cito textualmente: “Abriose el Puerto Viejo en la caleta o ensenada
del barranco... Pero, habiéndose echado a perder con una avenida y
reconociéndose que las olas de aquellos mares del Norte eran demasiado bravas
en dicho sitio, se abrió el Puerto Nuevo que hoy existe”.